A mi madre
- mcorinaldesiflor
- 3 oct 2024
- 10 Min. de lectura
¿Cómo empezar a contar mi historia con mi mamá?
Imagino que empezando por el principio.
Mamá nos tuvo a mi mellizo y a mi a los 41 años, después de su primer encuentro con el cáncer, el primero de varios.
Es por este antecedente, el cáncer de cervix y la intervención que éste demandó, que el médico le recomendó a mi mamá no volver a quedar embarazada ya que lo más probable era que el embarazo no pudiera sostenerse y terminara en una aborto espontáneo.
Sin embargo, siempre sucede lo que tiene que suceder, y llegamos, finalmente, mi mellizo y yo, abriendonos paso a la vida, a pesar de las chances en contra.
Pero teníamos que llegar, todo era parte del plan.
Es que, cuando el alma decide venir a esta Tierra, elije a las almas que la van a acompañar en su camino y a las que se van a presentar a lo largo de la vida.
Elegimos a las almas que serán nuestros padres, hermanos, tíos. Elegimos a las almas que serán amigas, a las almas que nos enseñaran desde las dificultades.
Y también elegimos detalladamente, lo que va a acontecer en nuestra vida, desde los momentos felices, hasta los momentos más dolorosos.
Me imagino que la reacción al leer ésto es ¿por qué elegiría "esto malo que me pasó en la vida"? ¿por qué alguien elegiría "tener cáncer"?¿ por qué alguien elegiría ser la hija de alguien que tiene cáncer? o ¿por qué elegiría a esta persona con la que tengo un vínculo incompatible? Todo tiene una razón, y muchas veces la razón, no es lo más importante de comprender.
El alma viene con un plan, un plan creado desde el amor y la sabiduría.
Durante mi niñez me sentí un poco incomprendida por mi madre. Sentí que no me veía, que no me amaba como "se espera que las madres amen". Y durante la adolescencia el vínculo fue peor.
Solíamos tener desencuentros en nuestras opiniones y grandes conflictos y peleas, sobre todo a medida que crecía y me volvía más rebelde hacia ella, a quien ella "era".
A veces los hijos sentimos la necesidad de elegir un modelo a seguir en nuestros padres, porque tenemos que aprender de alguien, cómo crecer, cómo crear nuestra vida. Y, al elegir, tal vez nos hacemos más aliados de uno que de otro, incluso haciendo que el vínculo con nuestros hermanos se resienta.
Nos olvidamos del amor incondicional del que venimos, para vivir bajo el amor con condiciones que establecen los patrones, las creencias y lealtades familiares, y, finalmente, los términos de la sociedad.
Creo que en todas las familias existen roles en los que, con más o menos consciencia, elegimos participar. Estos roles, patrones y creencias transgeneracionales (que se repiten de generación en generación), son muchas veces habitados sin cuestionarse, porque así ha sido siempre, forzandolos en nosotros, como moldes rígidos en los que sentimos que debemos encajar a toda costa.
Muchas veces las creencias familiares son transmitidas casi sin ser dichas, están ahí, en la manera en que somos criados, en la manera en que nos hablan, en la manera que nuestros padres se vinculan entre ellos o con otros,en la manera en que nos educan, en cómo nos explican "lo que debe ser la vida" o a lo que debemos aspirar.
No creo que nada de ésto sea transmitido con la intención de lastimarnos o de limitarnos concientemente, simplemente son "copiados y pegados" a la siguiente generación. A menos que, eventualmente, un día, nos dispongamos a revisarlo.
En mi caso, y tal vez, por la incomprensión que sentía de mi madre, yo elegí a mi padre como modelo a seguir. Volviendome tan leal a él y a las creencias que venían con él, que jamás me cuestioné si lo que elegía para mi vida era lo que quería.
Fui exigente conmigo, efectiva, excelente alumna, "excelente hija", evitando cometer errores tratando de controlar hasta lo que sentía. Castigandome cuando el resultado no era excelente, era bajo los estándares,"exitosa".
Eso pensé que era lo que debía hacer para mostrar lealtad, una lealtad que, en verdad, él jamás me exigió, una lealtad que yo elegí, para que él me amara.
Pero finalmente, cuando me mudé de ciudad para estudiar en la Universidad, a los 17 años, y con esa distancia física, el aire entre mi mamá y yo, se empezó a aclarar.
Mi enojo por lo que sentí que me faltó de ella como madre, empezó a disminuir. Comencé a juzgarla menos, y me abrí a conocerla más, a comprenderla, y a verla con otros ojos, con los ojos del amor.
Cuando iba a casa los fines de semana, generalmente para salir de fiesta con mis amigos, con mi mamá charlabamos más. Me compartía historias de su vida que no había escuchado antes, la acompañaba a hacer algún mandado, nos sentabamos a tomar mates. Era relamente disfrutar de nuestros encuentros de una manera cercana y amorosa.
En una de estas visitas a casa durante un fin de semana, fue que, por la noche, viví un episodio que me dio tanto miedo, que desde ese momento, y cada vez que iba a quedarme, procuraba hacer planes con mis amigos y volver a casa cuando el sol ya había salido.
Era tal el miedo que me había quedado de ese evento "paranormal" que viví, que antes de que yo volviera del boliche, mi papá se encargaba de levantar las persianas de las ventanas para que yo entrara a la casa ya iluminada por el sol del amanecer.
Mi papá era cátolico y siempre fue muy creyente y devoto
Mi mamá creció en una familia muy religiosa, y si bien, ella creía en Dios a su manera, también tenía la mente más abierta a otras posibilidades, unas menos rígidas que las que predican las religiones.
Ella tenía un amigo medium al que a veces le encargaba la "limpieza de la casa" o alguna lectura. Otra vez fue a ver a alguien que le hizo una lectura de vidas pasadas.
Siempre tomé estas cosas de ella como "excentricidades".
Sin embargo, hace solamente unos días, todo ésto se ordeno con tanta claridad y comprendí a mi madre de tal forma, que me quedé admirada, y profundamente agradecida.
Luego del episodio del terror, mi madre me llevó a ver a su amigo medium, quien hizo el diagnóstico de que, efectivamente, yo tenía el don de percibir almas desencarnadas. De más está decir que, fue tal el miedo que me dió la idea de percibir almas, que por muchos años que le siguieron a ésto, yo decidí negar cualquier tipo de don y simplemente, lo borré de mi vida, o lo intenté.
Seguí con mi vida enfocada en mi carrera, en "tener éxito", en encajar, en intentar cambiar todo lo que creía que podía ser juzgado por otros como inadecuado.
Pasé por alto lo que me decía mi trastorno alimentario, desoí los síntomas en mi cuerpo que me decían que adentro algo no estaba bien, negué el dolor de cambiar quien yo era, para ser alguien que "encajara" mejor.
Elegí un camino de gran sufrimiento.
Si no me equivoco, fue en mi primer año de Universidad, que a mi mamá le diagnosticaron cáncer de mama por primera vez. Este cáncer se trató con radioterapia.
Y a éste, le siguió un segundo diagnóstico de cáncer de mama distinto, mucho más agresivo, y que por ende, requirió una intervención más agresiva aún: cirugía, radioterapia y quimioterapia.
Esa vez mi mamá perdió todo el cabello. Sin embargo, por más que ella mostraba el desafío y el cansancio de transitar ésto, mamá jamás bajó los brazos.
Verás, mi mamá siempre fue una persona muy conectada con la vida, con mucha energía. A donde sea que fuera, iluminaba la sala con su presencia, con su humor y su alegría, hablando fuerte con su energía tan apasionada. Pasión con la que me identifico hoy y abrazo con mucho orgullo, pero que no fue siempre así.
Mi mamá siempre fue una guerrera y libró grandes batallas con risas, con alegría, con vulnerabilidad y con determinación.
Mi mamá no tenía miedo de mostrarse como era, una gran mujer valiente y luchadora, que no toleraba injusticias, que tenía grandes actos de espontánea bondad. Mi madre es una gran alma.
Hace unos días, a casi 8 años de su muerte, mi mamá sigue siendo una gran maestra.
Ella me enseñó una salida al mundo osada y apasionada, valiente.
Finalmente vi con total claridad, que ella me venía a mostrar que había otro camino para elegir en mi vida. Que yo podía elegir el camino de llevar una vida "exitosa" en base a creencias o parámetros ajenos, o que podía abrazar quien yo era, sin importar que otros lo juzgaran, y vivir alineada a mi versión más real.
Yo elegí "encajar".
Hoy comprendo que muchas veces la rechacé, porque ella me venía a mostrar todo lo que a mi me daba miedo abrazar de mí misma.
Pero al final, el plan de mi alma, era recordar quien soy en mi verdadera escencia, y con varios desvíos, y después de haber tomado otros caminos, hoy me veo caminando de vuelta en el mejor camino para mi espíritu. Y ésto también, es gracias al regalo de mi madre.
Con el primer diagnóstico de cáncer de mama, la vida de mi mamá empezó a girar en torno a esa enfermedad, y de alguna manera, se le hizo identidad. Pausó y postergó planes en su vida, porque los turnos con médicos, los estudios, las intervenciones, la quimioterapia, ocupan la mayor parte de su energía.
Finalmente, cuando venció al segundo cáncer de mama y después de los años siguientes de control rutinario, para controlar que el cáncer no volvía, los medicos la declararon "libre de enfermedad", le dijeron que fuera y disfrutara la vida. Por fin mi mamá se vió liberada de los turnos, de los estudios. Finalmente sintió que podía empezar a vivir su vida, viajar, planear, se sentía libre.
Pero requirió un 4to y último cáncer, para que mi mamá se tranformara por completo.
A los 2 o 3 meses de ser declarada "libre de enfermedad", empezó a sentirse mal.
En 4 meses, el nuevo cáncer, de origen desconocido, invadió todo su cuerpo. Y rápidamente, mi mamá estaba enfrentando el final de su vida.
Todavía me acuerdo el día que me llamó, para contarme que, finalmente, había decidido no dar batalla a este último.
Yo vivía en Capital Federal, donde había empezado hacía unos meses mi especialidad en Medicina de Familia.
Y justamente, en ese momento, me encontraba haciendo la rotación de Cuidados Paliativos. Rotación que se me hacía muy angustiante considerando que mi mamá estaba transitando un cáncer incluso más agresivo que el anterior.
Me llamó y me dijo que había tomado la decisión y que esperaba que yo pudiera entenderla. Estaba muy cansada para empezar de nuevo con los médicos, la quimioterapia. Esta vez, decidía dejar que la enfermedad siguiera su curso.
El dolor adentro mío fue muy grande.
Si bien, yo ya había recibido la premonición de que esta vez ella no iba a vivir, su llamada confirmaba lo que yo temía y no quería aceptar, que mi mamá se iba a morir.
Al principio me negué, me pareció demasiado doloroso, sin embargo, comprendí y acepté su decisión, ya había batallado demasiado en su vida, como una guerrera.
Volví los primeros días de Diciembre a mi ciudad natal, a casa, cuando comprendí que la enfermedad estaba avanzando tan rápido que no quedaba mucho tiempo.
Yo creo que fue la aceptación de que su cuerpo se moría y que su vida en esta Tierra llegaba a su fin, que tal entrega, sin resistencia a lo que era, la iluminó.
Mi mamá estaba iluminada. Su aspecto estaba muy marchito, pero su espíritu estaba íntegro, y ella, por momentos, parecía que irradiaba Luz.
Ya no cargaba con las cosas que le habían molestado antes, y se dejaba acariciar el pelo, o que comiéramos sobre su cama, que estuvieramos todos en su habitación, ya no se molestaba con las pequeñas cosas, disfrutaba lo que había, sin más.
Mi papá y mis hermanos, compartímos los últimos días de su tránsito por esta vida, con muchísimo dolor de reconocer su partida, pero sostenidos en todo el amor que estaba presente.
Compartimos la última navidad que, por primera vez, no giró en torno a la comida que ibamos a comer, o la ropa que nos ibamos a poner, los horarios, los regalos. No se trataba de eso. Se trataba de poder compartir ese último momento.
A los 2 días, vi como la ambulancia la sacaba de casa para llevarla al hospital. Recuerdo mi impulso de llevarle uno de los libros que tanto disfrutaba leer, o sus anteojos, o alguna muda de ropa, cuando alguien me dijo: "¿para qué?", claro, mi mamá iba al hospital a morir.
El 28 de Diciembre a la mañana, me desperté cerca de las 8 de la mañana porque la sentí pasar. No la ví, simplemente sentí su presencia, una gran Luz, y una gran paz. Sabía que mi mamá había muerto. A los pocos minutos mi papá nos vino a despertar para decirnos que mi hermano había llamado del hospital, confirmando la noticia.
Mi mamá murió con el cuerpo muy enfermo, pero el espíritu sano. Esa fue una gran lección.
Fue 3 meses después, que, ya en mi casa en Capital federal, estaba acostada a la hora de la siesta una tarde, descansando, cuando sentí en mi pierna una brisa fría, una caricia. Sabía que mamá había estado acompañandome en ese momento tan dificil, y supe que esa era su manera de hacerme saber que "seguía viaje".
Yo siempre digo que cuando un alma deja el cuerpo y vuelve al Hogar, cuando una persona muere, ese momento es muy importante para quien se va como para quienes se quedan. Pero como tenemos libre albedrío, elegir abrirnos a la transformación que trae el dolor, es una elección.
Yo estoy segura que mi alma acordó con la de ella, que su muerte iba a ser un gran momento en mi vida.
Finalmente, después de esconderlo por tantos años en lugares "que no me importunaran", sentí un dolor tran grande, que no me lo pude esconder en ningún lado.
Finalmente, volvía a tener la oportunidad de elegir nuevamente qué camino elegir.
Esta vez, elegí escuchar, elegí sentir, elegí transformarme del dolor más grande que sentí en mi vida.
Hoy estoy en este camino, tan alineado con mi verdadera escencia, gracias al "regalo de mi madre" de partir cuando lo hizo, porque para mi fue un punto de inflexión en mi vida. Dandome la oportunidad de volver a elegir conectar con todas esas partes de mi que tapé y rechacé, esos dolores que me había negado a atender.
El duelo de mi mamá me hizo recordar que, esta vez, podía abrir la puerta y finalmente, dejar entrar la Luz a cada rincón de mi ser.
Elegír atender ese dolor, y entonces, volví a tender un puente con quien yo soy, cuerpo, mente, alma: Espíritu.
Gracias querida mamá por elegirme, por enseñarme, por mostrarme el coraje de Ser.
Te amo como la primera vez que lo hice. Siento tu amor, que siempre estuvo, con el alma. Y honro ese amor que nos sigue uniendo hoy y para siempre.
Gracias por venirme a visitar, a transmitirme mensajes, a recordarme tu amor, a darme palabras de aliento en momentos difíciles.
Las personas que parten, nos dejan añorando ese abrazo, esa voz que "ya no se escucha". Pero nos dejan con el corazón lleno de recuerdos, imperfectos como es la vida, para alivianar esa silla que nos quedó vacía.
Pero el alma perdura, nadie desaparece, y la muerte no es el fin. Es, simplemente, el momento en que nuestra tarea aquí terminó y es tiempo de volver al Hogar.
Y si, ante tanto dolor, somos lo suficientemente valientes para mantener el corazón abierto, podemos recibir esas señales que nos mandan, haciendonos saber que están bien, y que siguen con nosotros.
Tenemos, con las almas que amamos, esa conexión inquebrantable, que hace eco en la eternidad.
Y un día, cuando sea nuestro tiempo de volver, vamos a reencontrar y abrazar en el más incondicional amor.

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